17 DE JULIO DE 2008


<<17 de julio de 2008. Santiago Bernabéu. Casi 60.000 personas. No es una noche de Champions League. Es una cita ineludible con el rock’n'roll. Hacía dos décadas que nadie tocaba en el estadio del Real Madrid. Y le tocó a Bruce Springsteen coger el testigo dejado por U2. Que iba a ser un gran concierto lo sabía hasta el más ignorante de los mortales. Springsteen es un seguro de vida. Es incapaz de ser mediocre. Su directo sigue siendo apabullante. El del pasado jueves alcanzó momentos sublimes. El ‘Boss’, a sus 58 años, ha demostrado que es, como diría Dylan, eternamente joven. Canta mejor que nunca, recorre el escenario como si fuera un chaval y después de tres largas horas de actuación da la impresión de que su reino no es de este mundo. Ha nacido para correr por los siglos de los siglos.
Acompañado de la insuperable E Street Band -con la inclusión de Charles Giordano por la defunción de Danny Federici-, Springsteen emuló uno vez más a sus admirados sacerdotes del soul. El Bernabéu fue su iglesia. Sus fieles cayeron rindieron pleitesía al sumo hacedor de la más infalible de las liturgias del rock. Nadie manda como este Jefe. Así da gusto seguir la cadena de mando. Este sí que es el Jefe de todo esto.
Esta vez no se centró en “Magic” como en la anterior gira. El concierto sirvió para repasar una trayectoria jalonada de himnos. De esos que la gente corea con la sonrisa esculpida en el rostro. La noche arrancó con “Night”. Y alcanzó momentos de clímax con clásicos tan incombustibles como “The Promised Land”, “Spirit In The Night”, “The River” o “Because The Night”. Springsteen sabe cómo estructurar un concierto. De hecho, se sabe todos los trucos. Es el número 1 en directo y como tal juega sus cartas. Así uno se sube a la atracción y, como en una montaña rusa, sube y baja. El prestigitador incluso se permite el lujo de atender peticiones. Le piden “Brilliant Disguise” y “Cover Me” y el genio de Freehold concede el deseo sin despeinarse. Y cuando parece que la cosa decae se saca de la manga “Badlands” y uno se deja el alma desgañitando un estribillo que rezuma vitalismo.
Los bises merecen una mención aparte. Sólo esa recta final justifica que uno vea hormigas en el escenario al estar en el fondo opuesto y que el sonido sea el propio de un campo de fútbol. Porque ese es el precio que hay que pagar por ver a Springsteen. Para los ‘gourmets’ del rock supone un serio contratiempo verle en estas condiciones. Pero es que el ‘Boss’ es el arquetípico concierto al que va toda la gente que no va a conciertos. Sea como fuere, con la monumental “Jungleland” se produce el desarme emocional. Y si eso ya no fuera suficiente encadena “Born To Run”, “Bobby Jean” y “Dancing In The Dark”. Después de ese brutal repasito a su discografía se marca la festiva “American Land” y de propina rinde homenaje a los clásicos del r’n'r con “Twist And Shout” (antes había interpretado el “Summertime Blues” del gran Eddie Cochran).
La muchedumbre sale del Bernabéu con cara de éxtasis. Hacía tiempo que no se veía un espectáculo así en el feudo madridista. Por lo menos desde que retiró Zidane o desde que un Ronaldinho en plenas facultades maravilló a la propia parroquia blanca. Esperemos que los rumores no sean ciertos y que Springsteen siga haciendo giras. En un mundo con tan pocas certidumbres a las que aferrarse es bueno saber que hay un tipo de New Jersey que nunca falla cuando encara a la multitud y desnuda su alma a base del mejor rock’n'roll. Una medicina que cura todos los males. Nuestra medicina.>>
Por Rob Fleming.

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