TORTUJAS NINJAS MUTANTES ADOLESCENTES

¡Mis estimados admiradores! Os lo he dicho muchas veces y hoy os traigo una prueba más a la que remitirme: Los 90 fueron unos años en los que el émbolo catódico acabó plenamente desquiciado gracias al torbellino de heces que, mentes supuestamente inteligentes, descargaba a través de nuestros sufridos televisores. Dentro de estas mierdas, en el terreno del “cartoon”, nos encontramos con las intragables “Tortugas Ninja Adolescentes”, una copia bastante nefasta del Daredevil de Frank Miller y, que para sorpresa de todos, terminó convirtiéndose en un éxito sin precedentes. Porque siendo honestos: ¿A quién coño le puede importar una historia sobre cuatro tortugas haciendo el gilipollas por el alcantarillado de Nueva York? Es que ya solo este planteamiento invita a tirar la tele por la ventana ¡Un Equipo-A verdoso! Y ya si nos lo intentan justificar diciéndonos que una especie de “moco verde” (¡Literal!), altamente radioactivo, acabó transformando a cuatro tortuguitas mierderas en mega ninjas del quince, pues casi podemos ir practicándonos el harakiri a la altura del duonedo. Pero el caso es que esta idea debió parecer genial a algún productor yuppie-zarperillo, de los típicos de la época, y nos la terminaron enchufando en pleno “prime time” infantil (¡Y luego nos preguntamos de por qué la juventud está como está!). El caso es que de la noche a la mañana, media población se volvió subnormal con las andanzas de estos bichos feos y todos queríamos tener un lunchaku ¡Y comer pizza, además! Ya que las velas verdes no solo les dieron la inteligencia para cumplir el sueño de su vida y ser ninjas (¡Vamos, la ilusión de cualquier tortuga mientras moñea alrededor de su palmerita en el terrario!), sino que les quitó las ganas de comer esa especie de gambillas secas que tanto molan a los caparazoncitos, y les puso de antojo de pepperonni y anchoas, algo de lo más coherente y sensato hablando de animales (¿Sería Pizza Hut uno de los patrocinadores de la serie?) Para mayor delirio, no era suficiente con que tuviesen un nombre común, no (tipo Sr. Cuelli-Largo o Mr. Caparazón), sino que a algún lumbreras le dio por dar a la serie un trasfondo histórico-cultural y las plantó el nombre de escultores y pintores: Leonardo, Raphael (Uys, ¿Este no era un cantante?), Michelangelo y Donatello, limpiándose el culo con las páginas de cientos de libros de arte. Y por supuesto, cada una debía tener una personalidad concreta, para que la chavalería se pudiera “identificar” con ellas (Repetimos: ¡Qué eran tortugas, hostias!). En fin, así Leonardo ejercerá de líder y hermano mayor plastero, poniendo pegas a todo e invitando a los demás a amotinarse y meterle una de sus katanas por el culo. Raphael representa el arquetipo de anti-héroe, reflexivo y esquivo, y nos lo quisieron vender como a Lobezno sin darse cuenta que el notas, ¡Pues no molaba una mierda! Y Michelangelo era el polo opuesto: un turtle aventurero y cachondón, a lo Errol Flynn, pero con la mitad de verga (y, seguramente, también
homosexual). Por último, Donatello, el McGyver de la banda y capaz de transformar los bordes que sobraban de las pizzas en mortíferos shurikens (Ays, que pena). Y para que la pandilla no se desviara del espiritual camino del ninjutsu (recordad que eran “adolescentes”, o sea, mega palilleros), nos plantaron a una repugnante rata, llamada Maestro Astilla, que se encargaría de orientarles da la forma más espiritual posible (Sí, lo que estáis pensando todos: era un pederasta de flipar). Como contrapartida, los guionistas introdujeron a la periodista April O’Neil, gran amiga de los
tortugueros y el más flagrante ejemplo de bestialismo que se haya dado en el mundo de la televisión (En e-bay se cotiza a precio de oro el capítulo no emitido en la que es bukakkeada a lo bestia).
Y la cosa no quedó aquí, sino que dio lugar a dos series animadas más y tres películas, lo que me hace pensar, que la tropa, últimamente, anda muy mal ¿O no? ¡No cambiéis de canal y hasta la próxima!

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