EL CAMALEÓN ROCAMBOLESCO

Si supiera dibujar, no dudéis que lo haría. Me encantaría poder hacer cómics un poco cerdos, y también abstractos; dibujar, diseñar y poder hacer ver las cosas en vez de describirlas con palabras. Yo también crecí leyendo a Tintín, por eso luego me pasé al Hentai. Hay que reconocerlo, los Hentais tienen más argumento que la mayoría del porno, pero menos que Tintín.

Como decía, el mundo del cómic se merece todos mis respetos e idolatrías. Dibujar e ilustrar es ir más allá de la realidad, creando una de nueva y más rica. Mientras que la literatura usa un código común y convencional, los trazos llamados letras, el dibujo no responde a ningún patrón convencional; es maravillosamente libre, y responde a la milagrosa capacidad del dibujante y del lector de alcanzar un acuerdo de comunicación visual, ya sea figurativo o meramente referencial. No sé si una imagen vale más que mil palabras, pero una sola viñeta bien hecha puede necesitar, en caso de plasmarla con letras, decenas de páginas.

El cómic, lejos de ser una herramienta anacrónica, ha logrado colarse en los periódicos y en Internet (como el El fabuloso hombre irónico), y ha sabido utilizar las nuevas herramientas informáticas para seguir alcanzando nuevas cotas de expresión.

Del mismo modo, el Hentai ha sabido hacerse un buen hueco en la red, y podemos encontrar verdaderas maravillas al lado de películas convencionales con menos diálogo que un meeting de Marichalar.

No puedo olvidar lo feliz que me hace ver cómo en las portadas de algunos libros se opta por una ilustración, más allá de la típica foto barata. Uno de mis sueños es que alguien, un alma caritativa en vías de sanar su karma, decida ilustrar alguno de mis textos. Sería todo un privilegio. Si tuviera que hacerlo yo mismo recibiría más amenazas de muerte que lo habitual.

Los museos del cómic son demasiado reduccionistas. Cierto que se merecen un espacio único, propio, pero el mundo debería poder gozar más de este arte. El gran ejemplo es Bruselas, donde encontramos multitud de fachadas con sendas ilustraciones. Basta ya de anuncios de telefonía, de compresas y de hamburguesas. Ir al trabajo contemplando las paredes de los edificios cargadas de viñetas, y viajar con los ojos se merece ser un derecho universal.

En el fondo, la vida no es más que un contínuo pase de viñetas aceleradas hechas con prisa y con una mina de baja calidad. Si por lo menos tuvieramos un buen ilustrador, el fracaso sería merecedor de ser recordado. Los sucesores paladearían nuestra derrota viendo gotas de sudor bien plasmadas en un papel, impregnando los rostros demacrados, y comprenderían que esto es lo que les espera. Esto ahorraría decenas de páginas con cientos de palabras escritas. Una gota bien dibujada, de sudor frío, ansioso, sucio, sí vale más que mil palabras.

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