LA FRONTERA

El roquedal, lugar de tránsfugas. Quién no quiso huir del murmullo alguna vez, refugiarse en el silencio absoluto de la piedra. Y huir del tiempo, como si el tiempo fuera el sonido de las cosas. La fórmula de los muertos que no están muertos; de los sin nombre; de los sin ojos.
El recuerdo es el sillar derruido de un templo. Rocas labradas, unas sobre otras, que se fugaron de la compostura de la arquitectura de la voz de los tiempos. Nada es si existe el silencio, una parada universal y mágica escondida a los ojos de un hombre que sólo ve lo que apenas logra escuchar; y no halla ese color que se deshace en la callada oquedad del reposo. Es el miedo a lo desconocido, a lo que jamás entenderemos. Yo sé que formaré parte de ese palpitar eterno de la piedra, materia minúscula y silenciosa, dimensión sin palabras ni murmullo, ni sombra, ni color, ni tiempo. Fueron otros los que encerraron sus miedos en templos y así vemos los siglos enarcados en dovelas que resisten la sigilosa contabilidad de la edad del mundo. Doscientos siglos de sillar de sillería y otros doscientos de glosas; doscientos siglos de sombra septentrional y doscientos más de los soles del sur. Estoy aquí sentado, donde la nada está convertida en mis colores del miedo y del futuro; el azul del mar y el cielo, el verde de mi hierba del alma. Y los murmullos de las cosas que amo, y de los recuerdos, y de los sueños. Todo es viento, y el viento me transporta siempre porque él me enseñó a viajar. Pero las rocas son la frontera de algo que no logro adivinar. O son el nexo. O son sólo el lugar donde permanece el tiempo.
Carmelo Basabe
carmelobasabe@gmail.com

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